Me espera en cada esquina disfrazándose de cualquier cosa, canciones, imágenes o rostros conocidos o que jamás vi. En cada relación, en cada frase que activa mi conciencia. Está ahí desde siempre, fue lo primero que sentí al nacer y por más que lucho no puedo deshacerme de él. EL MIEDO.
Tengo miedo de oír mi corazón latiendo deprisa, de oír el tuyo, de oler tu miedo, de percibir tu rechazo.
Miedo de ilusionarme, de volar, de creer que soy una estrella y brillar demasiado. Miedo de que todo me vaya tan bien, de mi éxito, de mi fracaso, de quizas no poder volver a levantarme.
Tengo miedo de acercarme demasiado, de que tú lo hagas, de hacerte daño, suelo hacerlo, de que me lo hagas.
Miedo de sentir, de llorar, de que se me tense el estómago si me dejo llevar. Miedo de que me miren demasiado, de que nadie lo haga, de llamar la atención, de ser invisible.
Me avisa de mi cobardía, miedo ingrato que siempre quiere ganar, no me permite SER , me anima a permanecer y siempre en la oscuridad intenta gritar más fuerte que yo.
“Y si no sale”, “Y si pasa”, “Y si no le gusta”, “Y si me contesta”, “Y si no lo hace”, “Y si….”.
Invisible fuerza poderosa que mueve los hilos de nuestras vidas, que nos deja helados sin respiración, apenas sin aliento, que juega a tentarnos pecadores de lo ajeno y luego nos llena de culpa.
Me aprieta las tripas, me quita el hambre, me advierte, si, también lo hace, pobre no siempre es mentiroso.
Moja mi piel, eriza mi sangre y decido que es mejor no mirarle.
Poderoso caballero también es el miedo. El que antes era supervivencia y ahora es complacencia.
Agazapado me advierte de rasgos que tal vez no lo son, me susurra al oído “vas a sufrir”, “no lo hagas”, “no lo digas”… y no hay que dejarse llevar, ni tampoco ignorarlo.
Cógelo de la mano,cual niño inocente, invítale a acompañarte sin molestar demasiado, sin gritar cuando tú hables, sin taparte la boca o los oídos, déjale estar a tu lado, es imposible de eliminar y quién diga que no lo conoce miente.
Lo veo en mi futuro, en mi presente, en cada mirada que lanzo y recibo. Lo escucho sigiloso a mi lado en cada decisión, en cada llamada, en cada sueño o deseo. Pero hay que aprender a convivir con él. Aceptarlo.
Sólo es posible la derrota propia si decides enfrascarte en una batalla cuerpo a cuerpo. No saldrás indemne. Gana él siempre. Te dejará sin energía, vendrá la ansiedad a visitarte , la tristeza se instalará en tu corazón. El maldito miedo te dejará sin respiración.
Acéptalo como compañero de viaje y sonríele con picardía cuando te diga que no puedes hacer algo.
Mandalo al carajo cuando se ponga pesado, pero no lo eches, perdónalo luego y abrazalo suavecito sin que nadie se entere más que tú, que ese temblor no era de casualidad, ni tu silencio era indecisión. Que detrás de tu fortaleza siempre estará él, pero eso es lo que te hace valiente.
Caminar de la mano con la primera emoción que sentimos al nacer y no dejar que ella decida que camino escoger. Nunca.
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