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Los fantasmas existen, han existido siempre y nos acompañan cada día. Nos rodean, nos susurran, nos dejan paralizados de miedo, nos recuerdan viejos miedos, nos hacen creer cosas que no son, nos provocan encerrarnos en nosotros mismos y no relacionarnos con nadie.

Nos generan ansiedad, a veces hasta pánico, sentimos el sudor helado, el terror se apodera de nuestro cuerpo. Temblamos y no podemos avanzar. Nos crean dolor y malestar físico, pudiendo llegar incluso a enfermar. Nadie a simple vista los ve como la causa de nuestras dolencias, porque los fantasmas son invisibles al ojo humano. Se disfrazan de miedos, miedo a la oscuridad, miedo a la soledad, miedo al silencio, miedo al fracaso, miedo al abandono, miedo a hablar en público, miedo al compromiso…

Nuestros fantasmas y demonios más profundos, se formaron en nuestra tierna infancia, con nuestras vivencias y experiencias, con lo que nos dijeron y lo que vimos. Fueron tomando forma con cada momento que nos dejó herida, con cada situación que no tocaba vivir. Conforme crecimos, ellos crecieron a la par, algunos más de la cuenta, otros a un ritmo constante. Quizás aprendimos ya a integrarlos y ahora dormimos con la luz apagada, sin miedo, con ellos a nuestro lado. Pero es probable, que aún no hayamos aceptado su presencia, no hayamos comprendido que forman parte de lo que somos, de nuestra esencia.

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Cada uno tenemos nuestros fantasmas personales, privados y casi siempre secretos. De nada sirve darles la espalda, ignorarlos solo los hará más presentes, más fuertes.

Es preciso mirarlos a los ojos y decirles con calma: “No te tengo miedo, no os tengo miedo”. “Os acepto, se que estaréis siempre a mi lado, pero  no me molestaréis más.” Es preciso hacerles ver quién manda, pero sin rechazarlos, ya que si se sienten rechazados se harán más grandes y monstruosos de lo que son en realidad.

No se convertirán en conejitos de peluche, pero nuestros demonios, esos que nos lanzan terribles rugidos a medida que nuestra barca se acerca a la orilla, se mostraránhalloween_062
tal y como son, inofensivos, aunque molestos y pesados cuando les damos más atención de la que merecen. Nos seguiran hablando, nos susurrarán cada día, a veces en sueños, nos gritarán incluso, que no somos capaces, que no lo conseguiremos, que ellos son más fuertes. A veces su crueldad será enorme y nos intentarán convencer de que no valemos, de que nadie nos querrá de que nuestra vida no merece la pena. La clave es ignorarlos. Dejarlos que sigan haciendo aspavientos intentando asustarnos. Agarrarnos a la vida, no los creas, siempre mienten.

Tus sombras, son tuyas, de nadie más. Abrázalas. Déjalas estar contigo, ser tus compañeras, aprende y crece de lo que te enseñaron ayer, de lo que quieren decirte hoy. Si lo necesitas llóralas, expúlsalas de tu corazón, compártelas para que se hagan más pequeñas, para desde fuera y con perspectiva verlas como son en realidad. Pero no las odies, no las temas. No las dejes tomar decisiones, ni las dejes llevar el timón. Sigue mirando al frente y grita, grita más fuerte que ellas. Solo así, sabrán que contigo no pueden…

 

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Sara

Enamorada de la vida y de las pequeñas cosas.

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