Llegan las deseadas vacaciones, todo es buen humor y algarabía, planes sin fin, maletas sin fondo, bronceadores rápidos y biquinis minúsculos esperando ser rellenados. Sol, siestas, mojitos, comida opípara y tiempo…mucho tiempo, para compartir con la pareja.
Esa persona, a la que veías un rato cada día por cuestiones de trabajo (o incluso no cada día, en función de las circunstancias), esa persona con la que compartías breves conversaciones y acababais viendo la caja loca cada uno a su tema. Esa persona, con la que los fines de semana, con suerte, hacíais algo de ocio escueto y rutinario juntos (seguramente alguna cerveza en el bar de siempre y con los amiguetes, para compartir lo mínimo solos…), pues sí, esa/ese, es tu pareja, y cuando llegas de las vacaciones, decides que no lo tragas. Así de fácil. “Por favor, que vuelva la rutina que vuelva el trabajo, que esto es insostenible”. Igual que pasa con el cole de los niños, pero con tu maridito o mujercita. Un cuadro.
Según las estadísticas en España, el 28% de los divorcios, se lleva a cabo en Septiembre, tras las vacaciones de verano. Y es que el roce…no siempre hace el cariño.
La cuestión es que con el poco tiempo que se comparte durante la rutina diaria, no hay posibilidad de discutir y se enmascaran problemáticas que tienen a la pareja en jaque total. Es cuando el tiempo que compartes se amplía a 24 h, cuando os dais cuenta, de que vuestra relación cojea y está muy tocada. Si a esto añadimos ingredientes como, discrepancias en la educación de los niños, economía, suegras y/o cuñados que se unen al periodo de “relax”, etc, el cocktail molotov está más que asegurado.
La falta de tiempo juntos, hace que no nos fijemos en esos “pequeños defectillos” que no hemos aceptado en el otro y que nos sacan de quicio. Siempre han estado ahí, pero los pasamos por alto. La convivencia “full time” los pone de manifiesto y nos los sirve en bandeja, ante nuestros atónitos ojos.
¿Pero, si siempre han estado ahí, cuál es el problema? Pues el problema es, que generas expectativas con la otra persona que al final no se cumplen, quieres un espejo tuyo y perfección absoluta, olvidando que nadie está libre de pecado, y que en muchas ocasiones esas cosas que ahora no toleras, eran las que antaño te hacían sonreír, lo que hacía que encajárais, que os complementárais. Olvidas todo lo bueno que tiene esa persona que elegiste de compañero de viaje y ahora corres con tu lupa “buscadefectos” a soltarle a la cara, todo lo que hace mal (o diferente a ti).
Y por si fuese poco, volvéis a la rutina, con el deseo de perder de vista estas vacaciones fallidas y la rutina os come, os enfurece y la cosa se recalienta. Hay que hacer algo. Vayamos a terapia. ¿Terapia? Ni hablar, yo no tengo problemas, que vaya él/ella. Nada, cortamos por lo sano, quiero el divorcio. Fin. Resumido en plan telegrama, pero fiel a la realidad. No das ni una oportunidad al proyecto de vida que tienes con esa persona, por cuestiones diminutas en muchos casos, que sumadas hacen un mundo. Y ninguno da su brazo a torcer, y las discusiones son batallas campales, que acaban como el rosario de la Aurora.
No dejes que la indiferencia se acople en tu relación, porque será signo inequívoco de que ya no hay nada que hacer.
Si tus vacaciones han supuesto una guerra abierta con tu pareja y estáis en un punto, que consideráis de no retorno, coge aire y acude a un terapeuta de pareja. Quizás descubráis que es la mejor elección e inversión que haréis nunca.
El verano, no ha hecho más que sacar a la luz, la necesidad imperiosa que ambos tenéis de adquirir herramientas para mejorar vuestra relación. A veces, por desgracia preferimos cortar por lo sano que trabajar, que esforzarnos por el otro, que aprender a negociar.
Lo queremos todo fácil, rápido y sin esfuerzo, pero todo lo que merece la pena, requiere interés y trabajo. ¿No crees? 😉
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